Recostada sobre mi cama
fijo la vista en un punto del techo,
dos burbujas de luz cenital nacen, crecen y explotan
expandiendo sus ondas horizontalmente.
Poco a poco toda la habitación comienza a brillar
Mis pulmones se llenan de partículas fulgurantes
que iluminan mis células cada vez que las tocan,
cual si fueran un grupo de luciérnagas.
Me convierto en claridad.
Mi cuerpo es una radiación electromagnética.
Mis hemisferios cerebrales se separan a la mitad
y luego se parten en millones de átomos.
Soy una crespa de luz.
Mis rayos se abren como un abanico
y devoran cualquier superficie
que busque alentar su propalación.
Me cierno sobre el universo,
lo inhundo, lo ahogo, lo asfixio
y luego le devuelvo la vida.
Entonces nace un agujero negro
que me inhala completamente.
Jamás me expira,
pero me excreta en forma de estrella;
me confina a vivir atada a piedras
que levitan a mi alrededor y se alimentan de mis sobras.
Son mis rémoras.
Algún día, se me ha advertido,
mi luz se extinguirá
y esas piedras, a las que he criado como hijos,
terminarán apagándose a mi lado.
Será hasta entonces que envíe un nuevo rayo,
que haré escurrir por el techo de un cuarto
en forma de borbolla.
Su misión será la de siempre: iluminar, cubrir, fertilizar
y guardarme miles de años en gestación,
hasta que llegue el momento de darme a luz.
hasta que llegue el momento de darme a luz.
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